Desde el Areópago

En el año 50 de nuestra era San Pablo llega a Atenas y comienza a predicar en la plaza pública
(ágora). Entre sus casuales interlocutores había filósofos estoicos y epicúreos que, interesados en
oírlo con mayor detalle, lo llevaron al areópago. Aréios Pagos significa Colina de Ares y el nombre
se aplicaba, por traslación, al salón del mercado de alfarería y al supremo tribunal de justicia que
allí sesionaba. A San Pablo le había llamado la atención un altar dedicado al “dios desconocido”. En
su alocución intentó descubrirles al Dios verdadero: “Vengo a anunciarles eso que ustedes adoran
sin conocer” (Hechos 17:23). El discurso fue interrumpido por la burla de los atenienses y así
terminó, en un aparente fracaso, el primer encuentro oficial del Evangelio con el mundo griego.
Sin embargo, con el tiempo la siembra apostólica daría frutos inmarcesibles; de esa herencia vive
hoy el cristianismo. Hoy hay modernos areópagos que son refractarios al mensaje del Evangelio,
pero el sembrador encontrará siempre a otros que aseguren el fruto de su trabajo y multipliquen
su esfuerzo (Hechos, 17:34).

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