Descripción
El Padre Sáenz nos ofrece esta bella semblanza de aquel a quien la Iglesia llama “el Apóstol”, como si lo fuera por antonomasia. Él se sabía segregado por Dios desde toda la eternidad para ser enviado a los gentiles, es decir, a las naciones no pertenecientes al pueblo elegido. De perseguidor se volvió enamorado. “Me amó, dijo, refiriéndose al Cristo que lo derribó del caballo de su soberbia. Un amor que exigía reciprocidad. De ahí su decisión de “gastarse y desgastarse” por la salvación de las almas, como le gustaba decir. Cumplió con creces el doble oficio del cultor de la sabiduría: exponer la verdad y refutar el error. El martirio selló la radicalidad de su testimonio.
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